Trabajar más con menos esfuerzo
Publicado en editorial de la revista Capital
El concepto de trabajo en mecánica clásica puede ser aplicado, a modo de analogía, al concepto de trabajo empresarial u organizacional, también en términos de performance o de rendimiento. El trabajo es el producto de una fuerza (o energía) aplicada a algo que se pretende desplazar multiplicada por el desplazamiento alcanzado. Por otro lado, el rendimiento es el cociente entre la energía obtenida y la energía consumida, es decir, la energía producida por el movimiento obtenido (trabajo) dividida por la fuerza o el esfuerzo aplicado.
De estos conceptos físicos podemos obtener una sencilla conclusión si nos dignamos a recordar y a aplicar conceptos matemáticos básicos. Tomando en consideración las ecuaciones complementarias anteriormente propuestas, sabemos que la multiplicación por cero tiene un resultado también igual a cero y que dividir cero por otro valor, tampoco nos aporta un resultado superior. Esto nos puede sugerir la situación extrema de aplicación de mucha energía, fuerza, o esfuerzo, sin obtener nada a cambio.
Podemos entonces concluir que es posible existir mucho esfuerzo, mucha aplicación de energía sin obtener el deseado “desplazamiento”. En tal caso no ha existido trabajo ni tampoco rendimiento. Sencillamente, y por mucho que nos cueste admitirlo, esfuerzo no es igual a trabajo.
Cuando se enfoca el concepto de Trabajo en Alta Performance, o alto rendimiento, hay que tener siempre presente que para obtener un rendimiento alto, la energía aplicada debe ser la mínima posible. Debemos dotarnos de las herramientas más eficaces que nos permitan también ser más eficientes. En otros términos, herramientas que nos permitan alcanzar nuestros objetivos en el menor espacio de tiempo posible y empleando el mínimo de recursos.
Siguiendo el pensamiento de Guillermo de Occam: “la pluralidad no se debe postular sin necesidad”, admitamos que lo que se puede conseguir con poco, inútilmente se hace con mucho.
Todas estas consideraciones que seguramente resultan evidentes para los profesionales de la gestión de empresas, no se ven reflejadas en la práctica diaria de los equipos de trabajo y de las unidades de negocio, a juzgar por los niveles de productividad resultantes de los estudios con los cuales somos frecuentemente confrontados.
Conseguir comunicar tales evidencias, persuadiendo a los colaboradores a adoptar nuevas formas de pensar y de actuar es un reto importante y una asignatura pendiente para los que tenemos esta responsabilidad. Para tal, debemos tener el valor de poner en causa las lógicas convencionales que no están aportando los resultados pretendidos y admitir que, como ya lo hacía Albert Einstein:
“Necesitamos una nueva forma de pensar para resolver los problemas causados por la vieja forma de pensar”.
Por otro lado, el famoso epistemólogo Karl Popper (1972) indicaba que en el proceso de la investigación científica, una de las fases que conducen a los descubrimientos es estudiar todos los intentos de solución que se han llevado a cabo y que no han funcionado.
Investigar todo lo que no ha tenido éxito nos permite centrarnos en la dinámica concreta que mantiene un problema o que, por el contrario, lo puede cambiar, y se refiere a una de las más geniales intuiciones del siglo XX, contenida en el modelo de Pragmática y Problem Solving de la Escuela de Palo Alto.